Manejarnos en la incertidumbre
En los tiempos en los que vivimos, y especialmente estos últimos años, parece que nos hemos tenido que acostumbrar de manera forzosa a manejarnos en situaciones complicadas, adaptarnos a nuevos contextos cambiantes y retarnos para que la incertidumbre no nos afecte.
Las personas estamos acostumbradas a vivir en nuestra "zona de confort": Hacer las cosas que son una rutina para nosotros y esto nos proporciona una percepción de seguridad ya que nos genera la sensación de que somos capaces de controlar lo que nos sucede a nosotros y a las personas que nos rodean.
Cuando de repente las cosas cambian, cuando la incertidumbre se presenta, nos saca de esa zona de confort y nos exige adaptarnos a nuevos modelos de comportamiento. Esto puede provocar en nosotros emociones perfectamente normales:
- Miedo por no saber lo que ocurrirá y si seremos capaces de adaptarnos.
- Tristeza porque nos gustaba la forma en que eran las cosas antes.
- Rabia porque nos resistimos a tener que modificar nuestros hábitos.
- Etc.
En la incertidumbre hay varios factores que es importante tener en cuenta y cuidar para sentirnos más preparados:
1. Identificar cuáles y quiénes son nuestros puntos de apoyo: Saber con quién podemos contar, de qué forma, saber qué contextos y personas nos proporcionan y generan emociones positivas y por tanto no nos quitan la incertidumbre pero nos hacen vivirla mejor.
2. Identificar y gestionar esas emociones negativas: Debemos quitarnos la idea de que sentir miedo o tristeza está mal. Lo lógico es que en situaciones cambiantes y de incertidumbre nos las sintamos. Por tanto vamos a analizar que emociones sentimos, qué provocan en nosotros y cómo podemos trabajar para gestionarlas en nuestro beneficio.
Los seres humanos estamos capacitados para adaptarnos, pero es necesario que para ello seamos capaces de reconocer cómo nos impacta la incertidumbre y cómo queremos seguir avanzando para adaptarnos lo mejor posible.